Todo empezó en julio, tenía quince años. Por entonces no era
como soy ahora, era bastante peor. Las
sudaderas de invierno eran sustituidas
por camisetas grandes de manga corta en verano, lo cual tampoco era muy
deseable. Mi pelo era igual que ahora, pero siempre lo llevaba recogido en una
trenza. Los bailes del instituto solían ser cuando me ponía más elegante,
cambiando la trenza por coleta y la sudadera
con vaqueros y deportivas por
unos vaqueros más nuevos, una camiseta
larga y unas bailarinas. No era muy femenina, no al menos del tipo de fémina
que anda con tacones como si fuese descalza y llevaba vestidos y faldas sin
preocuparse de olvidarse de mantener la compostura mientras lee. Pero era una
chica, al menos eso ponía en mi carné de identidad. Y que yo recuerde, no me
hice una operación de cambio de sexo entre los quince años y ahora.
Ese día caminé por el bosque que había a media hora en coche
de mi casa vestida con una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos, la
cosa más veraniega que me podía poner porque sabía que no me encontraría a
nadie. No me gustaba llevar ropa de mi talla porque estaba muy delgada y mis compañeros, unos retrasados
mentales insufribles, tenían la costumbre de llamar anoréxica a toda persona
que pesara menos de cuarenta y cinco quilos. Yo pesaba cuarenta por entonces,
lo cual no era culpa mía, sino de un estrés que, por cierto, provocaban ellos.
Caminé por el bosque buscando un claro perfecto para leer
que había encontrado hacía un par de días. Había memorizado el camino de
memoria. Izquierda en el panal de abejas, derecha en el matorral de bayas y
girar en las marcas que había hecho con tiza en varios árboles y ya estaba.
Pero al llegar no estaba todo como antes. Es decir, antes era un prado y en ese momento
era un lago. Antes había flores y hierba por todas partes, ahora había un lago.
Extraño, ¿verdad? Pero yo me limité a pensar que me había equivocado al girar y
me fui a la sombra de un árbol a leer, como hacía siempre que iba al bosque.
Miré el reloj, como hacía siempre antes de abrir un libro y vi que eran las
cuatro y media. Solía huir de mi casa a las cuatro para no ser acosada por mis
primas mayores, de dieciocho, que insistían en usarme de muñeca desde que tenía
trece años, que fue cuando empecé a venir al bosque. Abrí el libro y me metí en
la lectura de lleno, por la página cincuenta.
A las siete acabé el libro y lo cerré, limpiándome las
lágrimas. Odiaba realmente cuando los protagonistas morían, a no ser que fuese
un protagonista repelente. Miré hacia arriba, apartando la vista de la portada
del libro y le vi. Era un chico de pelo castaño, corto y ojos de un color
indefinido entre marrón, gris y verde. Su bañador era azul y no llevaba
camiseta, claramente llevaba un rato ahí sin verme.
Le ignoré y saqué unos pañuelos de mi bolsillo, me limpié
las gafas, me quité las lágrimas de las mejillas y me soné la nariz, con lo que
se dio cuenta de que estaba ahí. Me miró desde donde estaba, a unos veinte
metros de mí y sonrió.
--¿Acabas de llegar o realmente te camuflas muy bien? –me
gritó.
Su voz era francamente dulce y bonita.
--¡Me camuflo bien! –le grité como respuesta y guardé el
libro en la bolsa.
--No te vi, en serio --dijo y se acercó a mí con su bolsa en
la mano --. ¿Cómo te llamas?
--Naiss –susurré.
--Nuke, encantado –dice y me tiende una mano, que yo le
estrecho.
--¿Te vas a bañar? –me pregunta y señala el lago con la
cabeza.
En ese momento, me arrepentí de llevar una camiseta de mi
talla. Vale, Nuke no tenía mucha pinta de ser como cualquier compañero mío,
pero nunca se sabía.
--Ah, no, he venido a leer –dije sonriendo y levanté uno de
mis libros.
--Ah, bueno –dijo él --. ¿Me podrías cuidar las cosas?
--Claro –dije yo.
Dejó su bolsa a mi lado y yo seguí leyendo, pero no lograba
concentrarme. Seguramente ese chico era nuevo en el pueblo, puesto que no le
había visto nunca. Hacia la página setenta, me harté de intentar leer y miré
hacia el lago, donde estaba Nuke nadando en el agua. En un momento dado, vi que
se hundía y que salía chapoteando, volviendo a hundirse, como si algo le tirase
hacia abajo. Hice lo que habría hecho todo el mundo, supongo. Me lancé
corriendo al agua y nadé hacia él. Al llegar a su lado, noté algo en mis pies, pero
esperé que fuesen algas, a pesar de que al mirar hacia abajo no lo parecían. Le
saqué a la superficie y le ayudé a llegar a tierra firme.
--Gracias, me has salvado –murmuró y tosió repetidas veces.
--Nada, Nuke—susurré yo y me senté en la hierba. Estaba
empapada, pero con el calor que hacía casi lo agradecía, a decir verdad.
Nos quedamos un rato en silencio, yo no tenía nada que decir
y él ya me había dado las gracias. Al final me levanté del suelo y me sacudí la
hierba del trasero.
--Será mejor que vaya a casa ya, son las ocho –dije.
No mencioné que la hora normal a la que me iba eran las
nueve y media porque a esa hora no tenía que encontrarme con ningún conocido.
Él se encogió de hombros y fue a por su bolsa en lo que yo me escurría el pelo.
Trajo también mis cosas y me las dio. Le di las gracias y caminamos por el
camino prácticamente inexistente que recorría el bosque.
--Gracias, en serio, no sé qué habría pasado si no hubieses
estado ahí –dijo él para romper el silencio.
--Pues probablemente ahora serías un cadáver lleno de agua,
arrugado y feo–dije encogiéndome de hombros.
--¿Feo? –dijo llevando una mano a su boca y haciéndose el
ofendido.
--¿Los cadáveres pueden ser sexys? –dije yo.
--Yo sería un cadáver sexy –dijo él poniendo los ojos en
blanco, como si fuese un hecho comprobado.
Seguimos caminando hasta que llegamos a la plaza, donde él
siguió recto. Crucé los dedos y cierro los ojos para que ellos no estuviesen
ahí, pero estaban. Estaban sentados al lado de la fuente, la mayoría pegados a
los móviles, otros besándose con tanta pasión que temí que se cayesen al agua.
Y con temí quiero decir que lo estaba deseando.
Al verles intenté esconderme al lado de Nuke. Pero me vieron igualmente,
y me gritaron:
--¡Naialiss!
Rieron. Mi nombre completo es Naialiss, pero lo odio, así
que me llamaban así. Les odiaba, mucho.
Uno me silbó y gritó:
--¡Feto!
Nuke me miró interrogante, pero simplemente seguí caminando
y él me acompañó hasta pasar la plaza.
--¿Son tus compañeros de clase? – preguntó él --¿Tendré que
ir a clase con esos engendros?
--Sí, son mis compañeros. Y no, no todos son así. Se salvan
dos chicas y un chico. Ethan, Noemí y
Rine.
--¿Y por qué son así?
--Porque quieren. O porque pueden. Tengo muchas teorías
sobre la subnormalidad humana, pero necesitaría una investigación completa para
averiguarlo.
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